Edición 426 .
"Casi nadie se enteró de dónde habían salido, y... tampoco importaba. Yo nunca lo supe, ni nadie que hubiera conocido. Surgieron de la noche, de un día para otro, y en pocas semanas, estaban por todas partes. Lo devoraron todo. Eran implacables, eran bestiales, y mucho más capaces de lo que nadie se atrevió a reconocer. Nuestro regalo de Navidad de aquél año. El mundo entero se quedó congelado en una exposición permanente navideña. A veces, cuando miro una bola de navidad, una de esas rojas brillantes, siento náuseas. Ellos... Bueno, ellos. Eran otra cosa. El enemigo definitivo. ¿Has visto alguna vez un caniche peleando contra un caza F-22? Es lo mismo. Así de ridículo. ¿Puedes... puedes imaginar cómo piensa una mente de mil años? No puedes, y yo tampoco; siempre estaban cien pasos por encima de cualquier argucia que pudiéramos imaginar. Si conseguías una ventaja, la que fuera, en seguida se quedaba vieja; podías tejer una trampa, pero si uno de ellos caía en ella, todos los demás sabían en el acto cómo sortearla. Como si estuvieran conectados. En toda la obra de la creación no ha existido jamás una criatura con tantos dones; eso quizá te diga que ellos no vienen de donde venimos todos, sino de... otro sitio. Depredadores imbatibles, invictos, nunca tuvimos ninguna oportunidad. Las horas de luz eran los únicos momentos de calma que disfrutábamos durante el día, y aún así, dedicábamos la jornada a empacar nuestras cosas, vestigios inútiles de una civilización obsoleta, y movernos rápido para buscar un nuevo escondite donde languidecer hasta el siguiente amanecer. A veces... a veces mirábamos cómo salía el Sol y se nos escapaban las lágrimas. Un puñado de horas de vida, ese era nuestro regalo diario, y la eterna e implacable promesa de una amenaza certera de muerte y sangre. Así era la no-vida en aquella época"
-- John Riker, 43 años. California.
Avanzan, avanzan sin parar. Imparables. Es el momento, debemos hacer frente a un nuevo horizonte ominoso. Se acercan a nuestro territorio. Están llegando. El eco de sus pasos se filtra por los rincones más oscuros, acechando en la oscuridad. Cada día su presencia se siente más cercana, más palpable. Sus garras afiladas están a punto de penetrar en el interior, como el latido de un corazón amenazador. La inminencia de su llegada se hace eco en cada respiración, y la angustia se apodera de nuestros corazones. Los rumores susurran en los oídos de aquellos que aún quedamos, advirtiéndonos de su avance inexorable. No podemos escapar de nuestro destino entrelazado con el suyo. Es hora de reunir nuestras fuerzas, e intentar sobrevivir una noche más.
Consigue un refugio, provéete de suministros, y si eres de los más valientes, únete a la resistencia y devuélveles el golpe.
Eso sí, no caigas en su red, o te convertirán en su mayor esclavo.
¿Te lo vas a perder? Ven a El Castillo de Gigonza y ayúdanos a sobrevivir una noche más, tal vez la última.
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